miércoles, 1 de abril de 2009

Una breve mirada a Estambul

Cuenta el mito que Byzas, un marino griego de la isla de Megara, fundó ahí una ciudad que llevaría su nombre: Bizancio. Constantino la convirtió en la capital de su imperio Justiniano hizo de Constantinopla una de las ciudades más bellas al levantar una catedral dedicada a la Santa Sabiduría (Agia Sophia en griego). Luego vino la decadencia: Occidente miraba con recelo al Imperio Bizantino, al no someterse a la voluntad de los polémicos papas europeos, mientras que desde Oriente los turcos se habían convertido en una amenaza. En el año 1453 Constantinopla cayó, y los otomanos fundaron ahí la capital de su imperio. Europa tembló después de no acudir en la ayuda del viejo Bizancio, de la antigua Constantinopla. Nacía una nueva ciudad: Estambul.

Caminar por las calles de Estambul es caminar entre millares de gatos que resguardan las ciudad, como si fueran la reencarnación de los antiguos emperadores y sultanes; es caminar en medio del graznido de los cuervos acechantes; pero sobre todo es caminar entre contrastes: chicas con velo al lado de otras que lucen minifalda; hombres de largas barbas y turbante al lado de jóvenes estudiantes con discretos pendientes; no es raro ver mezquitas que colindan con iglesias o sinagogas. Y aunque parece que todo aquello es un enorme caos alimentado por el constante bullicio de la ciudad, más que un orden, se percibe un equilibrio que los habitantes de la ciudad han sabido conservar y apreciar.

Cuatro veces al día los imanes llaman al rezo. No hay rincón de la ciudad donde no se escuche el llamado, 2 mil 500 mezquitas resguardan la fe del Islam en la antigua capital del Imperio Otomano. Es un momento especial, se percibe en el ambiente, sin embargo, la cotidianidad no cambia. Si es viernes, los hombres están obligados a asistir a la mezquita. La modernidad y la tradición se funden en unos cuantos minutos si se observa con atención. Es una escena un tanto extraña, los jóvenes se quitan las gafas de sol, visten ajustadas camisetas con enormes letras de marcas occidentales, apagan sus celulares y comienzan sus abluciones. Luego continúan el rito reclinando con fe la cabeza hasta el suelo una y otra vez sobre mullidas alfombras. Al terminar, encienden su MP3 y se van escuchando una canción de moda.


En Estambul es raro ver mendigos. Tal vez porque todo se vende en Estambul, no hay una calle que no tenga un comercio o un vendedor ambulante, aunque sea humildes ancianos que venden un par de calcetines y prendas tejidas. Los vendedores más comunes son los que ofrecen té (çay) o simits, el tradicional pan turco de forma circular. En las frías noches invernales, son los más solicitados por los estambulíes.

Estambul ha tenido tres nombres; ha visto pasar a lo largo de su historia a griegos, cruzados europeos, venecianos, genoveses y turcos; ha escuchado decenas de lenguas y ha sentido tantas metamorfosis, que al día de hoy Estambul es un gran puente entre Oriente y Occidente, es un lugar donde se es igual aunque existan diferencias, es un gran centro de convivencia digno de ser tomado en cuenta por el mundo entero.