miércoles, 5 de agosto de 2009

lunes, 20 de julio de 2009

Microrrelatos II


Procesos

Los relatos y el amor surgen de la misma manera: un día cualquiera encuentras por casualidad a esa persona que lo origina todo. Al principio sólo la sigues con una mirada curiosa; vigilas sus movimientos, pero nunca ocupas su espacio. Un día buscas reflejarte en su mirada. Se encuentran. Dejas de ser testigo y comparten: ríen, lloran, discuten. Vigilas que se cumpla cada uno de sus deseos, aun cuando algún día dejas de ser parte de ellos. Duele, pero continúas. Vuelves al principio, pero ahora sólo en recuerdos: desandas sus pasos y escribes su historia.

carlos lópez-aguirre
Barcelona, 17 de julio de 2009

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La incertidumbre

No sé ni cuándo ni dónde será el siguiente. No tengo miedo, pero me come la incertidumbre. Tengo los nervios crispados desde el fin de la tregua o alto al fuego o como se llame. Fue una suerte que no estuviera en Barajas, pero desde ese día estoy convencido de que estaré en el siguiente aunque nada ni nadie me diga que así será. Lo único que quiero es que pase ya para terminar por fin con esta duda.
Suena el teléfono, contesto y escucho la voz a lo lejos que me habla de un lugar, de mucha gente, de pánico, de cuatro explosiones consecutivas. Cuelgo todavía con la incertidumbre en el cuerpo, esta vez no me ha tocado. Subo al auto mirando hacia ambos lados de la calle, oscura y vacía. Arranco con suavidad, mientras aguanto la respiración, esperando que no se mueva el explosivo en el maletero.

carlos lópez-aguirre
Barcelona, 5 de julio de 2007
(Publicado el 27 de julio de 2007 en el Suplemento Verano del Periódico de Catalunya para la serie Perio-relatos)

miércoles, 24 de junio de 2009

Microrrelatos I


El miedo del náufrago

Era mi diluvio, pero no mi barca. Me dejé llevar por su corriente de aguas salvajes y correr el riesgo de nadar en sus remolinos. Me sorprendía con sus continuas tempestades; tormentas eléctricas que hacían retumbar mi corazón aburrido. A veces me acariciaba regalándome alguna tregua, eran tardes de calma, donde sólo dejaba caer pequeñas gotas para descansar tranquilo sobre sus aguas. Pero un día comprendí que acabaría hundiéndome, cansado de tanto nadar entre la tempestad y la calma. Entonces le dije adiós, su lluvia se convirtió en llanto y mi temor en arrepentimiento. Ahora ella riega otras almas y yo navego en otros ríos.

carlos lópez-aguirre
Barcelona, 11 de junio de 2009

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El secreto


Cuando viera su dibujo sobre la Inmaculada Concepción, seguro que comprendería el mensaje, pensó. Sólo era cuestión de que ella lo observara con detenimiento, para que encontrara plasmados en él sus ojos, su cabello y sus manos. Se lo mostraría después de misa, pues ambos compartían cada domingo su pasión por la pintura, aunque con el paso de los meses, él estaba más concentrado en el lienzo de su piel. Tan sólo de recordarla, su cuerpo se estremeció. No quiso pensar más, guardó el dibujo con cuidado bajo el altar y se alisó la sotana. Los primeros parroquianos empezaban a llegar.

carlos lópez-aguirre
Barcelona, 16 de junio de 2009

miércoles, 17 de junio de 2009

Catrina de la vida

Dicen que los niños empiezan a tener uso de razón cuando comprenden lo que es la muerte. La primer ocasión que me encontré con ella, me hundí en la profundidad de los huecos donde deberían estar sus ojos y nunca pude olvidar aquel momento.

El Hotel del Prado de Avenida Juárez, exactamente enfrente de la Alameda Central, fue todo un icono de la Ciudad de México antes de que lo derrumbara el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Era el típico hotel de lujo de la época, con mullidas alfombras y gruesas cortinas color vino tinto. En el vestíbulo de la entrada, a un costado de la recepción, había un enorme mapa de México pintado al óleo, frente a él, estacionados en batería, se podían admirar tres coches antiguos de colección. El piso parecía de mármol y en el ambiente se percibía la artificialidad del perpetuo aire acondicionado.

Observar aquellos decorados, sentir aquel aroma tan especial, mirar con detenimiento a los turistas y escuchar sus lenguas, era toda una aventura en mi niñez. Aunque iba continuamente al hotel, debido a que mi padre trabajaba ahí, nunca dejaba de asombrarme. Sin embargo, todo desaparecía cuando me encontraba con ella, la de rostro huesudo y mirada oscura.

Una tarde, al pasar al vestíbulo donde estaba ella, de camino a la oficina de mi padre, le pedí a mi madre que me dejara ahí y que me buscara después. Aunque era muy pequeño, mi madre aceptó. En aquella época los vestíbulos de los hoteles mexicanos eran lo suficientemente seguros para que un niño anduviera solo.

Me acerqué a ella con respeto, hasta que la reja que nos separaba me obligó a detenerme. Me encaramé en la pequeña cerca de metal que la protegía y me quedé observándola por un largo rato. Entonces alargué el brazo para intentar tocarla, pero un vigilante me lo impidió amablemente tomándome del cuello de la camisa y levantándome por los aires hasta que estuve a un par de metros alejado de la reja. No recuerdo lo que me dijo, no fue grosero, pero fue contundente. Así que caminé en sentido contrario y me senté al fondo del vestíbulo.

Aquel lugar era el típico lobby de hotel de los años ochenta: mesas pequeñas y sillas enanas a su alrededor. Esa tarde algunos turistas tomaban algunas copas y miraban, como yo, admirados a la calavera que gobernaba el lugar. Poco a poco fue llegando más gente Una pareja suficientemente rubia para no ser de la ciudad se sentaron en mi mesa sin preguntar y de la misma manera pidieron para mí una Coca-Cola que me bebí sin rechistar, aunque eso sí, dando las gracias. Fue entonces cuando se apagaron las luces.

La luz de un reflector se posó sobre el rostro de la calavera. Supe en aquel momento que su nombre era Catrina y que su padre era un tal José Guadalupe Posada, pero que un tal Diego Rivera la había adoptado. Poco a poco a su alrededor de ella fueron apareciendo rostros conocidos y mencionando nombres reconocidos. Ahí estaba Hernán Cortés llorando bajo el árbol de la Noche Triste; Benito Juárez, mostrando las leyes de Reforma sobre la cabeza de Maximiliano de Habsburgo, quien las apoyó y le costó la vida; Francisco I. Madero muy cerca del decepcionado Emiliano Zapata; Porfirio Díaz añorando sus épocas de gloria en la lucha contra los franceses. Esa era la historia, pero también aparecía el arte en los rostros de Sor Juana Inés de la Cruz, Ignacio Manuel Altamirano y, por supuesto, Frida Kahlo y un pequeño Diego Rivera de la mano de la Catrina. Los rostros desconocidos no eran otra cosa que la representación de la eterna desigualdad social que México ha vivido desde la conquista hasta esos días y hasta nuestros días.

Al encenderse las luces, tenía un nudo en la garganta y los ojos enrojecidos. Los turistas creyeron que estaba asustado y quisieron llevarme a la recepción, pero no los dejé y me fui corriendo en busca de mis padres.

En varias ocasiones volví a ver el mural. En cada una de ellas descubría algo nuevo, y lo que no comprendía, lo investigaba por mi cuenta en la única enciclopedia que había por aquellos tiempos en casa. La salida de mi padre del hotel me obligó a dejarlo de admirar y con el terremoto creí que lo perdería para siempre.

Veinte años después de la tragedia, visité por primera vez el Museo del Mural Diego Rivera. Aquel lugar frente a lo que había sido el Hotel del Prado fue el destino de la pintura. Creo que después de tantos años de añorarla, conocí por fin su nombre completo: Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

Habían sido muchos años sin admirar el mural y sentí una gran alegría de verlo tan brillante y colorido como el primer día, y también sentí una cierta nostalgia por aquel niño que quiso conocer a la muerte y acabó enamorado de la historia y la cultura de su país. Nuevamente la Catrina y yo nos miramos fijamente, ella eternamente joven y yo veinte años más viejo. Le di las gracias por mostrarme el camino. Me di media vuelta y me fui. No nos hemos vuelto a encontrar, pero sé que tenemos una cita pendiente.

Anecdotario 02
carlos lópez-aguirre
Barcelona, junio de 2009

martes, 9 de junio de 2009

Las lágrimas de las abejas

El sonido del motor del coche me hizo saltar de la hamaca. El ruido infernal del ‘vocho’ de mi Tío significaba el fin del tedio al final del día durante aquellas vacaciones en el pueblo de mi madre. Era una noche extrañamente fría, tal vez un presagio de la tormenta que se desataría poco después.

No recuerdo qué edad tenía, pero sé que es uno de mis primeros recuerdos. Salí corriendo hacia el patio hasta quedarme ciego con los faros del coche. Mi Tío, como era su costumbre, salió riendo de su automóvil, me abrazó y caminamos juntos hacia la hamaca.

Para los dos era toda una costumbre tumbarnos antes de ir a cenar. Él sobre las cuerdas y yo sobre su enorme barriga que me servía de colchón. También lo acostumbrado era que nuestra conversación fuera un eterno monólogo de mi parte. En algunas ocasiones le leía alguna revista de bolsillo que él seguía con atención viendo los dibujos que contaban romances de hombres rubios y mujeres voluptuosas. Mi Tío nunca aprendió a leer y escribir, pero eso no significaba que fuera ignorante, al contrario, tenía una inteligencia natural que lo convirtieron en un experto ganadero y agricultor, además de tener una sensibilidad poco común en la Tierra Caliente de Guerrero.

No sé de qué hablamos (hablé) esa noche, han pasado muchos años. Lo que sí recuerdo es que en la casa estaban mi madre, mi abuela y algunas de mis tías. Estoy seguro que charlaban amenas y reían mucho. Eran los tiempos felices en aquel pueblo que años más tarde se convertiría en un infierno, cuando trajeron el cuerpo inerte de mi Tío en una camioneta. Pero esa es otra historia.

No recuerdo si mi Tío me interrumpió, o aprovechó uno de los pocos silencios de mi perorata, para decirme que en el asiento trasero de su coche estaba el frasco con miel que le había encargado mi madre. Me pidió que los sacara y lo colocara en el pretil[1] para que no se nos olvidara al día siguiente que regresábamos a la Ciudad de México.

Me encaminé al ‘vocho’ apurado, siempre había algo qué contar antes de partir a comer enchiladas. Abrí la puerta del auto y me asomé al asiento trasero. No vi nada, estaba muy oscuro. Pasé mi mano por el asiento, pero no encontré el frasco. Le grité a mi Tío que ahí no había nada, a lo que él contestó con un chasquido de su boca. Entendí el mensaje, tenía que buscar mejor.

Encontré el frasco detrás del asiento del piloto. Me sorprendí desde el primer momento: era un frasco de vidrio grande, redondo y repleto de miel. Cuando intenté sacarlo, fue imposible, pesaba demasiado. Ante mi impotencia, corrí de regreso a la hamaca para pedir ayuda, pero mi Tío, hombre recio de campo, me dijo que yo podía hacerlo solo. Regresé convencido de que así era.

Al primer intento pude colocarlo al borde de la puerta del coche. Tomé aire e intenté cargarlo con las dos manos, pero no lo logré. Cayó sobre la tierra con un golpe seco. Me hinqué para saber si se había roto. Lo palpé y estaba intacto. Hice un segundo y tercer intento, hasta que logré abrazar el frasco sobre mi pecho.

Me levanté con esfuerzo y comencé a caminar. Cada paso era un suplicio. Con cada movimiento el frasco se me escurría unos centímetros entre las manos, pero al mismo tiempo veía mi destino más cercano. En los últimos metros apuré el paso, estaba convencido de que llegaría, aún cuando el frasco ya se encontraba por debajo de mi cintura. Pero al dar el último paso, el vidrio rozó el cemento del pretil. Fue apenas un toque mínimo, ni tan siquiera un choque. No hubo ningún sonido, pero un segundo después sentía cómo la miel se derramaba sobre mis pantalones. Un pedazo de vidrió cayó a un centímetro de mis pies. Cuando puse el frasco sobre el cemento, se deshizo en pequeños pedazos.

La tormenta vino después. Mi Tío reía a carcajadas, mi madre gritaba, mi abuela corría en busca de trapos y servilletas. Y yo estaba ahí, sin moverme, mirándome la ropa y los zapatos chorreados. Minutos después mi madre me bañaba con agua helada (nunca ha habido calentadores en la casa del pueblo) mientras tiritaba de frío y de coraje. Había perdido una pequeña batalla sin saber todas las vendrían después.

Aquella noche me fui a la cama con frío y con hambre. Mientras me quedaba dormido lo único que deseaba es que al día siguiente, antes de partir a casa, mi Tío trajera otro frasco de miel paro poder llevarlo a su destino. Pero aquella escena nunca más se repitió.

Anecdotario 01
carlos lópez-aguirre
Barcelona, junio de 2009

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[1] Murete o vallado de piedra u otra materia que se pone en los puentes y en otros lugares para preservar de caídas.

martes, 2 de junio de 2009

Las miserias de Oxford

El periodista y novelista francés León Daudet escribió que “los poetas son hombres que han conservado sus ojos de niño”. Pues las últimas noticias venidas de las islas británicas indican lo contrario.

El 27 de mayo pasado varios periódicos hacían eco de la noticia, de la cual no dudo que Roberto Bolaño hubiera hecho una extensa novela: la escritora Ruth Padel (descendiente directa de Charles Darwin) y el poeta, premio Nobel de Literatura, Derek Walcott, se disputaban la prestigiosa cátedra de poesía de la Universidad de Oxford. Dicho cargo es designado a través del voto de alrededor de 150 mil personas vinculadas a la institución, entre graduados y personal académico.
Un par de semanas antes de la elección, un centenar de académicos recibieron un sobre anónimo que contenía pasajes del libro The Lecherous Professor (El profesor libidinoso), en el cual se recuerda las denuncias contra Walcott por acoso sexual en la década de los ochenta cuando era profesor de la Universidad de Harvard. Las acusaciones derivaron en la renuncia del poeta a sus clases, pero no impidieron que ganara el Premio Nóbel de Literatura en 1992.

Harto de que su pasado lo persiguiera, Walcott renunció a su candidatura a la cátedra de poesía de Oxford, dejando el camino libre a Padel, quien tomó posesión de su cargo días después, convirtiéndose en la primera mujer de la historia en ocuparlo. Pero el gusto le duró poco.

Desde el principio se sospechó que Padel había sido la autora de los anónimos. Durante el festival literario de Hay-on Wye, ante la aparición de varias pruebas que la inculpaban, la poeta confesó sus fechorías, aunque se justificó argumentando que todo lo había hecho para proteger a sus alumnos. Por supuesto, renunció al cargo. Por su parte, Derek Walcott ha afirmado que no piensa optar por el puesto.

Rabindranath Tagore decía que “la poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos”. En el caso de Ruth Padel parece que no fue ni tan siquiera un zumbido. No conozco la obra de la poeta, pero sé que a partir de ahora será más recordada por su actuación a lo Lady Macbeth que por sus estrofas. Al buscar alguna de sus poesías en la red, me encontré con la repetición de la misma noticia por parte de todos los diarios y revistas digitales. De su literatura, nada.

Tal vez lo mejor que pudo haberle pasado a Padel es ser originaria de un país como Inglaterra, donde se puede sacar mucho jugo a este tipo casos. Seguro ahora aparecerá en los principales canales de televisión para contar su historia a cambio de muchas Libras. Y no dudemos que en un año (o menos) estará a la venta el libro de esta fabulosa novela que ella misma se inventó en la realidad. Aunque después de conocer de lo que es capaz, no sería raro que ya varios políticos le hayan echado el ojo como asesora.

La historia de la literatura está llena de egos, ambiciones y traiciones. Curiosamente nada de esto tiene que ver propiamente con la literatura, sino con lo que le rodea. Son muchos los autores que con el tiempo pierden contacto con las letras para dejarse llevar por los caminos de la fama, la adulación, el dinero y, por supuesto, el poder. Ruth Padel es sólo un ejemplo. Prefirió perder sus ojos de niña, esos que atribuye Daudet a los poetas, por un sillón en el que nunca se volverá a sentar.

lunes, 18 de mayo de 2009

La felicidad como rebeldía

Con la muerte de Mario Bendetti se va uno de los poetas y narradores más importantes de América Latina y, por supuesto, del mundo. Nadie como él supo expresar la felicidad de lo cotidiano, de seguir en la lucha disparando letras y no balas, de seguir enamorado hasta el último de sus días y de tener nostalgia de sentir nostalgia.

Sus relatos delataban su humildad. Escribía de forma sencilla y directa, directamente al corazón de cada lector. Sus novelas, siempre pequeñas, contaban con esa fórmula clásica de sorprendernos en las últimas páginas, con esas vueltas de tuerca que sólo un gran narrador puede crear.

Le gustaba el fútbol, tomarse un café en el centro de Montevideo y ser uno de esos escritores silenciosos pero de sonrisa eterna, de esos que saben que las letras nos dan la paz, pero al mismo tiempo son capaces de tumbar imperios.

En lo personal, hay una estrofa de uno de sus poemas que me marcó para siempre, porque con ella era capaz de demostrarme que una sonrisa sincera o el equilibrio perdurable era el mayor símbolo de rebeldía frente a los sistemas y los modelos que nos oprimen y nos constriñen el alma:

Te quiero en mi paraíso;
es decir que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso.

Y al final, el 17 de mayo de 2009 nos dimos cuenta que Benedetti nunca congeló júbilo, ni quiso con desgana y nunca se quedó inmóvil, al borde del camino. Mario Benedetti nunca quiso salvarse, por eso siempre se quedará con nosotros.

martes, 12 de mayo de 2009

La lucha de Sonia Pierre

Tal vez para muchos el nombre de Sonia Pierre no les diga nada. Sin embargo, para muchas mujeres y jóvenes de origen haitiano que viven en República Dominicana es sinónimo de esperanza.

Sonia Pierre nació en el seno de una familia de origen haitiano en Altagracia, provincia de San Cristobal, en la República Dominicana, es decir, es dominicana de nacimiento. No obstante, tanto ella como miles de mujeres de origen haitiano luchan porque este derecho siga siendo reconocido por las autoridades del país a través del Movimiento de Mujeres Dominico-Haitianas (MUDHA).

En entrevista para Educación sin Fronteras, Pierre asegura que desde niña vivió un ambiente de exclusión, racismo y xenofobia debido a su origen. Tal vez por eso Pierre decidió estudiar una carrera cercana a la gente como lo es Trabajo Social en la vecina isla de Cuba.

En 1983, después de colaborar con varias organizaciones, Pierre funda una pequeña organización que con los años se convertiría en MUDHA, para trabajar en los bateyes azucareros del país. Sin embargo, a partir del 2007 su lucha se ha intensificado con la iniciativa por parte del gobierno dominicano de desnacionalizar a los hijos de inmigrantes haitianos.

“La circular 017 permitiría que la Junta Central Electoral anule la nacionalidad de alrededor de 800 mil personas de origen haitiano”. Esta situación provocaría que esta población se encuentre dentro de un limbo jurídico que no les permitiría estudiar, trabajar ni circular libremente por el país.

Precisamente en materia educativa, Pierre recalcó que esta anulación de la nacionalidad evitaría que los estudiantes puedan recibir sus certificados o títulos de grado. “Lo único que provocaría esta situación sería un auge en la delincuencia debido a la falta de oportunidades para los jóvenes”. Añade además que estas medidas se están tomando cuando en estos momentos no ha habido un cambio en la constitución del país, por lo que denuncia que se trataría de una medida ilegal.

Igualmente en materia laboral, las personas que no cuenten con la nacionalidad se encontrarán en una situación de exclusión que los obligaría a trabajar en condiciones desfavorables frente a la demás población, pues no contarían con las prestaciones de ley. “Quienes se beneficiarían serían los empresarios que los contratarían con un bajo salario y trabajando de doce a dieciséis horas”, asegura Pierre.

Actualmente desde MUDHA se realizan campañas de sensibilización tanto con la población así como con agentes del Estado en busca de evitar que se continúe con esta campaña. También realizan seminarios durante el mes de diciembre con personas de diferentes países con el fin de conocer la realidad de otras problemáticas y contrastarlas.

Además MUDHA ha solicitado un cambio en la constitución para proteger a la población de origen haitiano a través del reconocimiento de este colectivo, además de solicitar que no sólo los hombres puedan otorgar la nacionalidad dominicana por matrimonio.

Hasta la fecha la labor de MUDHA ha sido reconocida con sendos premiso de Amnistía Internacional y el Kennedy Memorial, los cuales les ha servido para buscar ayuda internacional para su lucha, principalmente han logrado contactar con legisladores norteamericanos que obliguen al gobierno dominicano a cumplir los Derechos Humanos en la isla antes de que entre en vigor el Tratado de Libre Comercio.

Sonia Pierre asegura que la relación con Educación Sin Fronteras les ha servido para aprender mucho en materia de educación. Durante varios años Montserrat Bové, ex-coordinadora de ESF en República Dominicana, ha acompañado a Sonia en su trabajo y ha realizado una tesina sobre la educación en los bateyes que ha servido de base a MUDHA para seguir en su lucha por el derecho a la educación.

A pesar de que todo indica que la lucha por la igualdad en República Dominicana será larga, Sonia Pierre está convencida que lograrán sus objetivos. Nunca lo dice, pero lo transmite, por eso muchos siguen confiando en ella.
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Autor: carlos lópez-aguirre. Publicado en http://www.educacionsinfronteras.org/. Abril, 2009

viernes, 1 de mayo de 2009

La belleza y la miseria

Para mi familia y amigos en el México de la influenza.
Año MMIX d. C.

México es un país especial. No lo digo porque sea la tierra donde nací, sino porque después de varios años de conocerla, estoy convencido de que no hay otro lugar en el mundo donde se conjuguen, en absoluta armonía, la belleza y la miseria.

Pero no hablo sólo de la belleza estética, ni me refiero en particular a la miseria económica, sino a esos conceptos abstractos que incluyen, dentro de sí mismos, las acciones concretas de los seres humanos. En este caso, nosotros los mexicanos.

Ser un país latinoamericano significa ser un país de contradicciones. Hijos de la soberbia y la violación (hijos de la chingada diría Octavio Paz) nos ha convertido en países en busca de una identidad que no acabamos de definir.

En esta búsqueda permanente de nosotros mismos, en México hemos sido capaces de independizarnos de la mano de un general español después de que miles e indígenas consiguieran su conquista. Dejamos que un dictador perdiera más de la mitad del país, pero le rogamos una y otra vez que volviera para 'salvar' la patria. Fusilamos a un príncipe europeo a favor de la república liberal pero desde siempre nos hemos considerado por definición como católicos y guadalupanos. Hicimos una revolución para acabar con una dictadura y con la desigualdad social y acabamos en otra dictadura (perfecta diría Vargas Llosa, tal vez porque era lo que él mismo pretendía en el Perú) y sin ninguna posibilidad en el horizonte de alcanzar la igualdad. Morimos en Tlatelolco, admiramos al ‘Che’ Guevara y a Salvador Allende, pero nos entregamos al neoliberalismo y a sus autores antes de permitir que la izquierda ascendiera al poder por primera vez en su historia. Rescatamos a vivos y recogimos a nuestros muertos entre las ruinas de la capital en la mitad de los ochenta y luego cortamos cabezas y lanzamos granadas a la multitud en Morelia en el Siglo XXI. Llenamos plazas para ver al Papa y también a Marcos. Vivimos la mayor pandemia del último siglo y mantenemos la calma.

Cinco siglos de belleza y de miseria se definen en un solo nombre, México.

carlos lópez-aguirre
Barcelona (durante la última lluvia de primavera), 30 de abril de 2009

miércoles, 1 de abril de 2009

Una breve mirada a Estambul

Cuenta el mito que Byzas, un marino griego de la isla de Megara, fundó ahí una ciudad que llevaría su nombre: Bizancio. Constantino la convirtió en la capital de su imperio Justiniano hizo de Constantinopla una de las ciudades más bellas al levantar una catedral dedicada a la Santa Sabiduría (Agia Sophia en griego). Luego vino la decadencia: Occidente miraba con recelo al Imperio Bizantino, al no someterse a la voluntad de los polémicos papas europeos, mientras que desde Oriente los turcos se habían convertido en una amenaza. En el año 1453 Constantinopla cayó, y los otomanos fundaron ahí la capital de su imperio. Europa tembló después de no acudir en la ayuda del viejo Bizancio, de la antigua Constantinopla. Nacía una nueva ciudad: Estambul.

Caminar por las calles de Estambul es caminar entre millares de gatos que resguardan las ciudad, como si fueran la reencarnación de los antiguos emperadores y sultanes; es caminar en medio del graznido de los cuervos acechantes; pero sobre todo es caminar entre contrastes: chicas con velo al lado de otras que lucen minifalda; hombres de largas barbas y turbante al lado de jóvenes estudiantes con discretos pendientes; no es raro ver mezquitas que colindan con iglesias o sinagogas. Y aunque parece que todo aquello es un enorme caos alimentado por el constante bullicio de la ciudad, más que un orden, se percibe un equilibrio que los habitantes de la ciudad han sabido conservar y apreciar.

Cuatro veces al día los imanes llaman al rezo. No hay rincón de la ciudad donde no se escuche el llamado, 2 mil 500 mezquitas resguardan la fe del Islam en la antigua capital del Imperio Otomano. Es un momento especial, se percibe en el ambiente, sin embargo, la cotidianidad no cambia. Si es viernes, los hombres están obligados a asistir a la mezquita. La modernidad y la tradición se funden en unos cuantos minutos si se observa con atención. Es una escena un tanto extraña, los jóvenes se quitan las gafas de sol, visten ajustadas camisetas con enormes letras de marcas occidentales, apagan sus celulares y comienzan sus abluciones. Luego continúan el rito reclinando con fe la cabeza hasta el suelo una y otra vez sobre mullidas alfombras. Al terminar, encienden su MP3 y se van escuchando una canción de moda.


En Estambul es raro ver mendigos. Tal vez porque todo se vende en Estambul, no hay una calle que no tenga un comercio o un vendedor ambulante, aunque sea humildes ancianos que venden un par de calcetines y prendas tejidas. Los vendedores más comunes son los que ofrecen té (çay) o simits, el tradicional pan turco de forma circular. En las frías noches invernales, son los más solicitados por los estambulíes.

Estambul ha tenido tres nombres; ha visto pasar a lo largo de su historia a griegos, cruzados europeos, venecianos, genoveses y turcos; ha escuchado decenas de lenguas y ha sentido tantas metamorfosis, que al día de hoy Estambul es un gran puente entre Oriente y Occidente, es un lugar donde se es igual aunque existan diferencias, es un gran centro de convivencia digno de ser tomado en cuenta por el mundo entero.

jueves, 26 de febrero de 2009

LTI La lengua del Tercer Reich, un libro tristemente actual

Las palabras son mucho más que simples sonidos o líneas en un papel, son el reflejo de nuestras ideas y sentimientos. Las palabras las aprendemos por imitación, una silla lleva el nombre de silla porque así nos lo enseñaron. Cada objeto tiene un nombre y ese nombre nos remite a una idea. Entonces miremos hacia atrás, a los años de entreguerras y veamos a los pequeños niños alemanes escuchando a sus padres decir ‘ladrón’ cuando se referían a un judío. O en la actualidad cuando los judíos les inculcan la palabra ‘terrorista’ cuando ven un musulmán.

El lenguaje es más que sangre”, escribió el filósofo alemán Franz Rosenzweig. Y esta idea es lo que llevó al filólogo judío Víctor Klemperer a escribir su libro LTI La lengua del Tercer Reich, Apuntes de un filólogo (Ed. Minúscula, 2001).

Desde el momento de la ascensión al poder del partido Nazi, con Adolf Hitler a la cabeza, Klemperer aguzó el oído y leyó con voracidad aquellos libros que le permitían, la gran mayoría cargados de lo que él denominó LTI (Lingua Tertii Imperii). El filólogo se dio cuenta que era a través de la manipulación de las palabras como Hitler, y en especial su Ministro de Propaganda Goebbels, lograron convencer a todo un país de ser el centro del mundo y de llevarlos a una guerra para confirmarlo, al mismo tiempo que alimentaban un antisemitismo que hasta el día de hoy otros pueblos siguen pagando.

Klemperer nos muestra a través de anécdotas, pasajes y lecturas las palabras más mencionadas por el Tercer Reich (y por el pueblo que las repetía sin reflexionar sobre las mismas) como heroísmo, fanatismo, eterno, séquito, clan, entre muchas otras unidas a diversas ideas que fueron conformando la teoría (y la práctica) del nazismo.

Pero el autor no sólo se detiene en las palabras. Sino que también destaca la pobreza de ideas, las entonaciones irónicas o comúnmente cursis de sus discursos. Analiza el lenguaje corporal de Hitler, así como su tono de voz y, por supuesto, la multitud de prejuicios de Mi lucha y que llevó a la vida diaria de Alemania.

El gran valor del libro de Klemperer está en su rabiosa actualidad. Porque durante su lectura nos encontramos con que algunas palabras han sobrevivido según la idea de los nazis (Klemperer demuestra cómo el Sionismo ha utilizado muchas de ellas para justificar el Estado Judío). Pero peor aún es darnos cuenta que existen nuevos Goebbels que inyectan sus términos a la sociedad para su uso común. ¿Cuántas veces podemos escuchar en la calle palabras como liderazgo, triunfo, éxito, perdedor (o su anglicismo looser), crisis, terrorismo, utilidad?

Víctor Klemperer sobrevivió al Holocausto gracias a los mismos prejuicios de sus enemigos. Estaba casado con una mujer alemana (como él) considerada por los nazis como ‘aria’. Por este motivo LTI fue dedicado a ella. Transcribo las palabras de dicha dedicatoria, pues demuestran el amor, la inteligencia y la valentía que el autor imprimió a su obra:

A mi esposa Eve Klemperer

Hace veinte años, querida Eva, te escribí ante la dedicatoria de una colección de ensayos que no podía hablarse de dedicatoria en el sentido de un regalo mío para ti, por ser tú la copropietaria de mis libros, fruto todos ellos de una comunidad espiritual de bienes. Sigue siendo así hasta el día de hoy. En este caso, sin embargo, la situación es algo diferente que en mis publicaciones anteriores; esta vez tengo mucho menos derecho a dedicarte nada y estoy, al mismo tiempo, incomparablemente más obligado a hacerlo que en aquella época de paz en que nos dedicábamos a la filología, pues sin ti este libro hoy no existiría, como tampoco existiría hace tiempo su autor. Se necesitarían muchísimas e íntimas páginas para explicar los pormenores. Recibe, en cambio, la reflexión general del filólogo y pedagogo escrita en las páginas iniciales de estos apuntes. Tú sabes, y hasta un ciego debería percibirlo con su bastón, en quién pienso cuando hablo de heroísmo.

Dresde, Navidad de 1946
Víctor Klemperer

viernes, 6 de febrero de 2009

Dos mundos

Como cada mañana, Amelia se levanta antes de que salga el sol para caminar decenas de kilómetros para ir a la escuela. Recorre su camino con la misma ilusión de todos los días. A miles de kilómetros de distancia un ejecutivo ve cómo la Bolsa se derrumba y con ella el mundo que él ha ayudado a construir.

Entre ambas personas existe un abismo en cuanto a la percepción del mundo en el que viven. Sin darse cuenta la niña observa que lo que le rodea, al igual que ella todos los días, se mueve y se transforma a cada paso de camino a la escuela, lo que le da una esperanza de que un día su ruta será distinta. El ejecutivo, por su parte, ha vivido la dicha de un mundo que le redituado importantes beneficios económicos, los que considera la causa de sus mayores alegrías. Es decir, vive en un mundo casi perfecto.

La historia ha revelado que el mundo ha cambiado a base de procesos, no de modelos. La crisis económica actual lo ha demostrado en toda su dimensión. El politólogo Francis Fukuyama afirmó que con la caída del Muro de Berlín, la historia de la humanidad llegaba a su fin y se implantaba por siempre el liberalismo económico. Hoy es evidente que estaba equivocado.

En este sentido, el periodista Lluis Foix, en su blog de La Vanguardia, afirma que al capitalismo “no lo ha derribado nadie. Ha caído por su propio peso porque no se han observado las reglas y porque el principal objetivo era el beneficio sin pensar en la sociedad ni en el equilibrio social”.

Año con año, el Foro Económico de Davos se había convertido en el paradigma de la defensa del neoliberalismo. De él surgían las nuevas ideas para continuar con un modelo que se ha colapsado. En su versión del 2009, además de la ausencia de varios presidentes, también escasearon las propuestas.

Para el político Miquel Roca, en su columna del periódico La Vanguardia del pasado 3 de febrero, dice que “sería realmente positivo que los analistas de un éxito que nunca llegó, en vez de profetizar sobre el fracaso que no previeron, declararan simplemente que se equivocaron. Esto les daría grandeza y, lo que es más importante, un margen de credibilidad”.

De algún modo, los asistentes en Davos cambiaron de tono durante el evento en comparación con años anteriores. Se acabó la época de hablar sólo de beneficios y empezaron a destacar las palabras dignidad, generosidad y solidaridad.

El cambio en el discurso del foro de Davos es plausible, sin embargo, lo que el mundo necesita en estos momentos son ideas y propuestas. Lo mismo piden los fundadores del Foro Social Mundial, que cumple su noveno año de vida, los cuales no niegan que el último foro realizado en la ciudad brasileña de Belem, se convirtió en un festejo del fin del neoliberalismo, pero que sobre todo fue, nuevamente, un semillero de ideas que deben ser tomadas en cuenta, pues están convencidos de que ese ideal de que “otro mundo es posible” ha pasado a convertirse en una necesidad.

Miquel Roca es de la misma idea, pues afirma que “necesitamos ideas positivas e ilusionantes. Con la crisis no termina el mundo; Davos quizá sí, pero el mundo no. Olvidemos los dimes y diretes, los chascarrillos y la picaresca. ¡Que vuelvan las ideas!”.

Es cierto, tal vez la crisis económica actual es una de las mayores oportunidades para cambiar el mundo. Si una parte de él calla impotente ante su propia creación, es el momento de escuchar nuevas ideas que den lugar a respuestas prácticas. Es decir, que tal vez el nuevo concepto de utopía es, ahora sí, llevarla a cabo.

El mundo se transforma a partir de procesos, porque el mundo está habitado y manejado por seres humanos y, por lo tanto, un sistema o un modelo económico tenderán a desaparecer por la misma capacidad irrenunciable de las personas a equivocarse. Amelia lo sabe, porque su mundo no es ideal, pero sabe que su esfuerzo la encamina y le permite colaborar en la mejora del mismo. Y el ejecutivo hoy se da cuenta de que nada es para siempre y que sus conocimientos y su esfuerzo será necesario para crear otra vez riqueza... y repartirla.
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Autor: carlos lópez-aguirre. Publicado en http://www.educacionsinfronteras.org/ con el título “Davos, el reflejo de dos mundos”. Febrero, 2009

jueves, 15 de enero de 2009

Guerra y Poesía

En los últimos días se han escrito centenares de artículos sobre lo que sucede en la guerra de Gaza, pero en ningún texto se ve reflejado el sufrimiento de quienes la padecen. Buscando una forma de describir los sentimientos y no los hechos de la guerra encontré esta poesía de Mahmud Darwix, poeta palestino, fallecido el verano pasado.


Tenemos el viento en contra
(1986)

Tenemos el viento en contra, el viento del sur se alía
con nuestros enemigos. Y el paso
se estrecha. Alzamos los estandartes de victoria
ante las tinieblas, ojalá las tinieblas alumbraran. Andamos de noche
sobre el árbol de los sueños. ¡Oh tierra final, difícil sueño!
¿Aún existes?
Y escribimos por milésima vez sobre el último aire:
morimos, pero no pasarán.
Y seguimos nuestras voces para hallar una luna entre ellas,
y cantamos para asustar a las piedras.
Y marcamos nuestros cuerpos con el hierro... los marcamos
con hierro... y brota un río.
Tenemos el viento en contra, el viento del norte se alía
con el viento del sur y gritamos: ¿dónde nos quedamos?
Y pedimos a las hadas de los cuentos que alguien cuando muertos
nos quiera. Y el águila se lanza en picado
sobre nosotros. Y seguimos a nuestros sueños para verlos,
y nos siguen de cerca para vernos aquí. Es inevitable.

Y nosotros perseveramos en lo que parece la muerte en vida.
Y esto que parece la muerte es la victoria.

(Traducción de Luz Gómez García) (Publicado en Arrecife, nº 33-34, 1994)